Comprension lectora


Primero se va a ver lo que se está haciendo actualmente en la escuela, para ver qué se podría mejorar.
El aprendizaje tradicional de la lecto-escritura se sostiene sobre tres supuestos:
  • Cree que la relación entre la lengua oral y la lengua escrita es la de una simple traducción de los signos gráficos a los signos orales.
  • Entiende la lectura como un proceso centrado en el texto, de donde el lector debe extraer el significado a través de un sistema de oralización de sus unidades lingüísticas, para atribuirles posteriormente el significado que se va construyendo por un proceso ascendente.
  • Parte de una teoría pedagógica que concibe el aprendizaje como la recepción pasiva del saber del maestro por parte de los niños.
Al asumirse estos presupuestos la práctica escolar sigue los siguientes pasos:
  • Los alumnos inician el aprendizaje de la lengua escrita como un fenómeno absolutamente nuevo.
  • La escuela es la depositaria de este saber y la que programa su adquisición según una progresión cuidadosamente determinada que consiste, básicamente, en el aprendizaje de las correspondencias entre los fonemas de la lengua y los signos gráficos, desde las unidades más simples hasta las más complejas.
  • El descifrado en voz alta de estas correspondencias permitirá que el maestro controle su dominio y el progresivo desarrollo de la velocidad de traducción que ha de conducir a saber leer, objetivo entendido tanto en el sentido de ser capaz de oralizar un texto como en el de entender el significado a partir de oírse decirlo a uno mismo.
La secuencia de trabajo que se sigue sería esta:
  1. Lectura en voz alta de un texto por parte de los alumnos (cada uno un fragmento, mientras los demás «siguen» en su propio libro). Si durante su transcurso el lector comete algún error, éste suele ser corregido directamente por el maestro o, a sus requerimientos, por otro alumno.
  2. Tras la lectura, tiene lugar una serie de preguntas relativas al contenido del texto, formuladas por el profesor.
  3. A continuación suele hacerse una ficha de trabajo más o menos relacionada con el texto leído y que puede dedicarse a aspectos de morfosintaxis, ortografía, vocabulario y, eventualmente, a la comprensión lectora.
En la secuencia tienen escasa cabida las actividades destinadas a enseñar estrategias adecuadas para la comprensión de textos.
En los inicios de la lectura, los maestros dedican gran cantidad de tiempo y esfuerzos para iniciar a los pequeños en los secretos del código. Una vez que pueden enfrentarse a textos adecuados para ellos el trabajo de lectura suele restringirse a leer el texto y a responder a algunas preguntas sobre él. La actividad de pregunta-respuesta es categorizada como una actividad de comprensión lectora.

En nuestra opinión, dicha actividad se refiere a la evaluación de la comprensión lectora, ya que el profesor obtiene una evaluación de lo comprendido, pero no se interviene en el proceso, no se incide en la evolución de la lectura para proporcionar guías y directrices que permitan comprenderla; en una palabra, no se enseña a comprender.

Ahora se verán algunas de las condiciones a tener en cuenta a la hora de la enseñanza de la lectura.

1. Partir de lo que los alumnos saben
La valoración de los conocimientos previos que los niños poseen sobre la lengua escrita y la estimulación hacia su continuidad son unas tareas básicas de la escuela que deberá planificar su intervención a partir de la información que cada uno de los alumnos posee sobre la forma y la función del código escrito.
Los niños saben:
  • que la lengua escrita «dice cosas»
  • que se pueden comunicar y transmitir informaciones de varios tipos: sobre uno mismo, sobre la realidad y sobre mundos ficticios
  • que leer y escribir es algo posible, ya que es una práctica habitual para la mayoría de los adultos
  • que la lengua escrita es un código «extraño» porque, a diferencia del dibujo, no guarda relación entre los «signos» y la realidad representada
  • la «forma» de algunos signos gráficos
  • la cantidad de signos que se necesitan para representar una palabra
  • el sentido del paso de las páginas
  • la diferencia entre el tiempo real y el tiempo narrativo de los cuentos
  • la relación entre texto e ilustración

El maestro debe conocer las ideas de sus alumnos en relación con aquello que se propone enseñar:
  • para poder descubrir si poseen suficientes anclajes conceptuales para integrar los nuevos conocimientos
  • para intentar entender su forma de proceder y de interpretar el escrito.

2. Familiarizar a los alumnos con la lengua escrita. Crear una relación positiva con el escrito
Las diferencias lingüísticas que presentan los niños al llegar a la escuela están condicionadas por su medio sociocultural de origen. Un medio familiar con escasa presencia de textos escritos limita las oportunidades de los niños para progresar en la comprensión de esta forma de comunicación y en el conocimiento de sus características.
La exposición a un medio donde la comunicación escrita cumple una función real es el único camino hacia la adquisición de esta capacidad. Por eso conviene subrayar la idoneidad de la lectura de historias a los niños como factor más determinante de su futuro aprendizaje de la lengua escrita.

La familiarización de los niños con el mundo de la escritura debe constituir el primer objetivo de la actuación escolar en la enseñanza de la lectura.
en el aula

El contacto con el escrito tiene que implicar el tomar conciencia de su uso funcional, del saber para qué lee la gente, de tal manera que la idea de su adquisición se aleje de la concepción de una tarea eminentemente escolar, sobre todo por parte de los niños que únicamente asocian la lengua escrita con las exigencias de su entrada en el mundo escolar.
La relación positiva con el escrito va ligada a la propia experimentación del placer que proporciona la ampliación de la capacidad comunicativa y de interpretación de la realidad y a la autoconciencia de saber moverse en el mundo de la lengua impresa.

3. Utilizar textos concebidos para su lectura
Para enseñar a los alumnos a reconocer y dominar las características lingüísticas y los indicios que facilitan la recepción de un texto es importante que la escuela utilice textos realmente concebidos para ser leídos.
A menudo este principio es contradicho por la confección y el uso de materiales escolares que intentan facilitar la lectura de los niños a través de la propuesta de textos narrativos que ellos conocen en su versión oral o especialmente realizados para el aprendizaje escolar. Esta situación provoca problemas en el aprendizaje de la interpretación del texto porque los niños ya saben su significado sin necesidad de interrogarse al respecto y también por la falta de interés que puede tener un tipo de texto tan artificial y simplificado.

Se sabe que, cuando se empieza a leer un texto, la lectura es más lenta y que, a medida que el lector avanza, puede sostenerse en la información leída para prever la continuación. Sin embargo, muchos textos ofrecidos a los niños son tan cortos que éstos no tienen tiempo de poner en marcha este mecanismo. A la excesiva brevedad se añade, a menudo, la poca contextualización, de tal modo que se puede afirmar que la escasa previsibilidad de estas lecturas dificulta la formación de hipótesis sobre el texto y, en consecuencia, no favorece el aprendizaje del comportamiento lector.
Parece que cuanto más concreto, imaginable y próximo a la experiencia y a los intereses del lector sea un texto expositivo, más se facilita su comprensión.

4. Experimentar la diversidad de textos y lecturas

La familiarización con las características del escrito implica tener experiencias con textos variados, de tal forma que se vayan aprendiendo sus características diferenciales y que la habilidad de lectura pueda ejercitarse en todas sus formas según la intención y el texto.
5. Leer sin tener que oralizar
Las diferencias entre los códigos oral y escrito de la lengua suponen también la necesidad de una enseñanza que no se base en el desciframiento lineal de textos escritos. Tradicionalmente, la escuela ha transmitido la idea de que leer es oralizar cualquier tipo de texto escrito, unidad tras unidad, sin despegarse jamás de él y a tanta velocidad como sea posible sin cometer equivocaciones.
Así, la oralización del texto, o «lectura en voz alta», ha sido la principal actividad escolar del primer aprendizaje lector y es también la más utilizada cuando se aborda un texto colectivamente en los cursos superiores.

El análisis del acto de lectura, sin embargo, cuestiona decisivamente esta práctica que acostumbra al alumno a adoptar un comportamiento distinto del propio de un lector, ya que, por ejemplo, no le permite controlar la lectura a partir de la posibilidad de avanzar y retroceder a voluntad para encontrar o rectificar informaciones. Muy al contrario, le obliga a concentrarse en conseguir una buena oralización.

La consecuencia de esta actividad es que los niños no pueden dedicar mucha atención a la finalidad real de la lectura -la construcción del sentido- y se habitúan a descifrar mecánicamente sin tratar de entender el texto. A veces cambian palabras por otras sinónimas que demuestran que, a pesar de todo, han entendido el texto, que lo «han leído» antes de oralizarlo.

Pero esta sustitución con mucha frecuencia es computada como un error que debe ser corregido por el maestro, quien se esfuerza exclusivamente en la exigencia de exactitud sin valorar el error como un indicio de comprensión. Incluso una de las ventajas de esta práctica, la posibilidad de evaluar el progreso lector de cada alumno, se muestra realmente inconsistente ante la evidencia que la capacidad «teatral» de cada niño, el cómo le estimule o inhiba la lectura ante una audiencia, enmascara su dominio real de la lectura.

A pesar de todo, será preciso prever momentos de intercambio entre maestro y alumno, sea individualmente o en grupo, sobre los textos que ha leído o que está leyendo, para saber qué interpreta y cómo resuelve los problemas de comprensión, y también para poder ayudarle y sugerirle formas de proceder más adecuadas, si es preciso.
Así pues, sería conveniente provocar a menudo situaciones para hablar de lo que se lee y de cómo se hace, más que dedicar horas y horas simplemente a oralizar textos.

6. La lectura en voz alta
La lectura en voz alta tiene que ser una actividad presente en la educación lectora, si no es entendida simplemente como la oralización de un texto. Leer en voz alta tiene sentido cuando se considera como una situación de comunicación oral en la que alguien desea transmitir lo que dice un texto a un receptor determinado.
Es posible que sea necesario comunicar el resultado de una búsqueda de información a los demás miembros del grupo, que se quiera ofrecer el placer de la realización sonora de un texto literario o que sea preciso comunicar algo simultáneamente a muchos receptores.

En cualquiera de estas situaciones o en otras parecidas, los niños han de ser capaces de realizar la actividad interpretativa, y hacia ese objetivo fundamental debería orientarse la enseñanza en la escuela, lejos del despropósito de leer sistemáticamente en voz alta textos que todo el mundo tiene ante sus ojos y que pueden leerse mucho más rápida y eficientemente si no hay que ir siguiendo una lectura ajena.